domingo, 23 de septiembre de 2007

Reseña de el cuento La Soga de Silvina Ocampo - Por Virginia Fuente

El lugar de la confianza

Un niño encuentra en una soga la compañera de sus juegos solitarios: la soga es hamaca, es liana y finalmente se convierte en serpiente. El niño le da de comer y la cuida, inventan un código de juego propio, la soga es su compañera, es una buena compañera y tiene buenos sentimientos: cuando Antoñito quiere que ahorque un gato ella se niega. Es buena.

El cuento trabaja sobre la narración de esta relación íntima entre el niño y su objeto de atención y dedicación mayor, sobre los rasgos vitales de que el niño va dotando a la soga. La relación con la soga se convierte en cotidiana y confiable, no hay peligro allí, por eso nadie le advierte al niño que no juegue con la soga. Aparece aquí la metáfora que pone en escena los bordes inseguros de la vida cotidiana. Los anteriores a la soga eran juegos peligrosos, y de manera opuesta ésta no representa peligro alguno, pero ¿cómo sabemos dónde está el peligro? ¿Qué es lo verdaderamente peligroso?, ¿lo que se presenta como tal, o lo aparentemente inofensivo, lo que está allí donde tiene lugar la confianza? Toñito viola sobre el final del cuento el código establecido, el pacto que lo unía a su compañera, y entonces algo se rompe. La soga actúa siguiendo las reglas preestablecidas y el niño muere. El niño muere viendo su muerte, ve el rompimiento del pacto, muere con los ojos abiertos: el peligro y el lazo/soga de confianza se develan. La complejidad del mundo cotidiano, el de la seguridad y la estabilidad, se hace evidente: el niño muere con los ojos abiertos y la soga puede velarlo.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Reseña del texto de Zuleta - Por Silvina Sanchez

Reflexiones en torno a la lectura: asumir el riesgo del desorden.

Estanislao Zuleta revela al lector su condición de sujeto que cada vez que decide leer también elige cómo hacerlo: “Leer como creador o leer como consumidor” son las alternativas posibles en el momento de asumirnos como lectores. Por un lado, la imagen del lector artista: lector paciente que es activo escritor de lo que lee porque al leer interpreta y reelabora, porque al leer es sujeto autónomo de su propio proceso creador. Por otro lado, la imagen del lector como comprador de mercancías: lector apresurado que es pasivo receptor de lo que lee porque al leer asimila contenidos, porque al leer es objeto dependiente de su propio acto consumidor.

Zuleta nos muestra que leer es elegir qué tipo de lector queremos ser y propone la lectura como creación: una práctica de riesgo y de desorden.

Leer es asumir el riesgo: aceptar el desafío de una búsqueda cuyo camino es la exploración del texto en sí mismo, la construcción del código que cada nuevo texto propone desde su propia textualidad. Leer es asumir la incertidumbre: rechazar los elementos ajenos al texto, tranquilizadores códigos de lectura facilitados por la tradición, los maestros o los autores, para adentrarnos en un abierto recorrido guiados por el reverberar de las preguntas.

Y leer es también instaurar el desorden: práctica irreverente que deshace el orden instituido, que deconstruye el discurso del deber didáctico y del poder. Leer es des-orden de lo pedagógico, escapar del orden prohibitivo que obstruye el pensamiento al concebir el conocimiento como algo petrificado, dado de antemano, que los sujetos deben apropiarse. Leer es des-orden de lo ideológico, escapar de la reproducción del sentido instituido por el código dominante, leer la crítica a la ideología que traman los textos.

Y puestos a leer, a elegir cómo leer, aceptar el desafío: sólo el que asume el riesgo de una búsqueda puede vislumbrar en su lectura el centellear de lo insólito y lo bello, solo el que asume el riesgo del desorden puede develar en su lectura la ideología burlada en los centellos.